martes, 5 de enero de 2016

conseqüencias de amar

Creo que sólo hay una cosa que nos mantiene unidos a cada uno de nosotros, dejando aparte la edad que tengas y el país en el que vivas. El color que se tiñe tu piel y las distintas formas de pensar que puedas tener.
Aquello que todos queremos recibir de los demás pero que no todos nos paramos a pensar en cómo demostrarlo.
Es aquel ingrediente que hace falta en nuestras vidas aunque algunos se hayan negado a admitirlo, mientras que para otros es el principal ancla de su barco.
Aquello que se siente más que el viento, más que las palabras, mucho más que un golpe.
Para algunos es la cocaína que les quita el sueño todas las noches y para otros es aquel sueño constante día y noche aún así despiertos.
Para unos será su peor pesadilla y para otros su mejor sueño del cual no quieren despertarse jamás.
Para algunos, eso le devolverá la vida y el color a sus días, apoyándose en una bonita sonrisa reluciente como salvavidas de todos sus miedos. Girando al compás de sus pulsaciones, que éstas van a mil. Bailando toda una noche en la terraza su álbum favorito, que desde entonces cada canción de amor habrá cobrado sentido en cada verso cantado, y que la luna sea testigo de cada promesa, cada beso, cada caricia que se dieron.
Convirtiéndose en alguien más fuerte, capaz de saltar montañas en un simple paso que hagas, teniendo en cuenta que en sus ojos se concentra todo el agua que ahoga las calles de Venecia y que en sus labios contiene todo el fuego que se necesita para entrar en calor en un helado invierno. Eso que le empujará para susurrarle al oído que sonría, que Roma sigue siendo igual de bonita aunque esté en ruinas y que si algún día, decidiese romperse en añicos,  él estaría justo debajo para recoger cada uno de los pedazos para volver a juntarlos.
  Mientras para otros, eso le ha quitado las ganas de levantarse por las mañanas y sonreír porque ha salido el sol, porque sus días han perdido su brillo, su resplandor se la habrá llevado esa persona que le rompió el alma convirtiéndose de hielo con palabras tan afiladas como cristales rotos y cuchillos largos.
Ahogándose en sus propias lágrimas envenenadas de falsas esperanzas y inacabables decepciones, sin saber cómo volver a nadar. Preguntándose cómo se sale de un laberinto sin salida si hay charcos de alcohol en cada esquina.
Haciendo cada vez tragos más largos y más amargos. Besando bocas ajenas con sabor a caramelo, convenciéndose que es mejor ahora, sin querer, sin sentir. Huyendo de todo aquello que te pueda recordar a ella, del pasado, de ese que tienes tan presente.
Creo que todos os podéis imaginar de lo que estoy hablando, pero para que no hayan malentendidos; sí, me refería al amor y en cómo este nos puede afectar a los humanos de distintas maneras. En cómo un día puede aparecer y romperte todos los esquemas, haciendo girar tu vida trescientos sesenta grados en dos maneras totalmente contrarias. Es el riesgo de amar, de ganar o de salir perdiendo. De construir o de destruirte, de ser correspondido o de no serlo, son sólo conseqüencias que envuelven este sentimiento.
Es lo único por lo que se vive o por lo que se muere a la vez, lo único capaz de devolver el agua a un mundo que se muere de sed.
¿Que si el amor fuese una enfermedad, querríamos realmente descubrir su cura?

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