miércoles, 25 de noviembre de 2015

hospitales para almas


 Días que no estas ni bien ni mal, tan sólo respirando. Tan sólo viviendo esta rutina que me está atrapando en una pequeña habitación gris. Las paredes se van estrechando hasta juntarse tanto que me falta el oxígeno y no hay nadie que me pueda devolver la respiración, nadie que me pueda salvar.
 Hay demasiada gente y se me nubla la vista al pensar quién de verdad estaría ahí cuando necesitase un hombro en el que apoyarme. Que cuando mis días se convirtiesen en una negra oscuridad quién me acompañaría en este largo trayecto con sus dedos entrelazados con los míos sin soltarme de la mano en un solo momento.
 Ya está oscureciendo, pero desde aquí no consigo ver a la luna brillar. Quizás hoy el Sol, podiendo rozar su piel tan sólo en cada eclipse, ha decido saltarse las reglas y llevársela dónde no puedan encontrarlos, dónde pueda decirle lo mucho que cuesta respirar todo ese tiempo que se encuentran separados por el día y la noche, por todos esos días que quería consumirse lentamente hasta apagarse, por estar tan cerca pero a la vez tan lejos de ella. Y la Luna le diría que se había pasado mil y una noches en vela contando todas y cada una de las estrellas del cielo, sabiendo que aunque no notaba su presencia, le llegaba su luz, la única que le hacía brillar cada noche. 
Aveces me pregunto quién me echaría de menos, quién me amaría tanto como el Sol ama a la Luna.
 Las olas seguirían rompiéndose con fuerza contra las rocas, las flores seguirían creciendo y las agujas del reloj seguirían rodando, sin un motivo que las pudiesen hacer parar. Seguirían habiendo injusticias en el mundo. Seguirían habiendo personas sin ganas de luchar y personas con corazones negros y sentimientos congelados. Seguiría habiendo manos que tocan mucho dinero y otras manos que desearían tenerlo. Seguiría habiendo lugares llenos de personas vacías. Todo seguiría intacto.
Hoy, quizás sin ninguna razón aparente, empiezo a notar el frío. No estoy hablando de ese frío que transcurre todo el cuerpo, sino el frío que se concentra en la parte izquierda del pecho. Justamente ahí, en el alma.