Llega un día que quieres regresar al lugar dónde solías estar, el de los buenos recuerdos. Allí dónde el cielo siempre era azul y no encontrabas una triste nube. Donde los días pasaban con tanta rápidez como un avión de papel arrastrado por el viento. El cálido viento que anunciaba días de despreocupación y noches de descontrol.
Esos días de sábanas hasta el mediodía y locuras acompañadas de las mejores carcajadas.
Que no faltasen esas noches que los relojes se paraban cada vez que unos labios con sabor a licor pronunciaban mi nombre, susurrándome que me quedara.
Viviendo sin prisas, sin despertadores que rompiesen el sueño, durmiendo al compás de las olas y despertarse por el frágil sonido del mar.
Recuerdo que lo único que me podía despertar era el olor a rosas, el de su perfume. A rosas de un intenso rojo, rojo como un precioso atardecer en la playa.
Los días transcurrían a la perfección, como si todo estuviese hecho para mí, a la medida.
Recuerdo que cuando volví todo seguía igual, pero esta vez llovía. En el cielo había dibujadas miles de nubes oscuras a punto de desahogarse ,envés de ese rojo impactante. Tal vez no era tan bonito como antes, pero me seguía gustando. Me gustaba la manera en la que ese gris jugaba a envolver la ciudad y recubrirla de un manto convirtiéndola en un lugar misterioso, pero en el fondo, lleno de magia. Envés de refugiarme en un paraguas, me puse a correr por esas calles inhóspitas, corría tan rápido que no sentía las piernas. Recuerdo que me sentía viva, que me sentía mejor bajo la lluvia con el frío en mi piel. El viento cálido que me acariciaba las mejillas se había disfrazado de un aire frío y acaparador pero no quería llevar abrigo. Quería ser libre y deshacerme de todas esas cuerdas que me mantenían atada.
Quizás los relojes que antes no tenían prisa, se habían convertido en molestas alarmas y los aviones de papel por tanto surcar el aire habían terminado cayendo en un charco, sin saber cómo volver a volar.
Reconocía que todo había cambiado, esta vez era mejor. Podía sentir que era yo misma, al fin respiré hondo y me encantaba ese olor a libertad.
Era el lugar donde yo quería estar, donde pertenecía y que por muchos cambios que recibiese, la esencia permanecería allí, intacta como el primer día.
Esos días de sábanas hasta el mediodía y locuras acompañadas de las mejores carcajadas.
Que no faltasen esas noches que los relojes se paraban cada vez que unos labios con sabor a licor pronunciaban mi nombre, susurrándome que me quedara.
Viviendo sin prisas, sin despertadores que rompiesen el sueño, durmiendo al compás de las olas y despertarse por el frágil sonido del mar.
Recuerdo que lo único que me podía despertar era el olor a rosas, el de su perfume. A rosas de un intenso rojo, rojo como un precioso atardecer en la playa.
Los días transcurrían a la perfección, como si todo estuviese hecho para mí, a la medida.
Recuerdo que cuando volví todo seguía igual, pero esta vez llovía. En el cielo había dibujadas miles de nubes oscuras a punto de desahogarse ,envés de ese rojo impactante. Tal vez no era tan bonito como antes, pero me seguía gustando. Me gustaba la manera en la que ese gris jugaba a envolver la ciudad y recubrirla de un manto convirtiéndola en un lugar misterioso, pero en el fondo, lleno de magia. Envés de refugiarme en un paraguas, me puse a correr por esas calles inhóspitas, corría tan rápido que no sentía las piernas. Recuerdo que me sentía viva, que me sentía mejor bajo la lluvia con el frío en mi piel. El viento cálido que me acariciaba las mejillas se había disfrazado de un aire frío y acaparador pero no quería llevar abrigo. Quería ser libre y deshacerme de todas esas cuerdas que me mantenían atada.
Quizás los relojes que antes no tenían prisa, se habían convertido en molestas alarmas y los aviones de papel por tanto surcar el aire habían terminado cayendo en un charco, sin saber cómo volver a volar.
Reconocía que todo había cambiado, esta vez era mejor. Podía sentir que era yo misma, al fin respiré hondo y me encantaba ese olor a libertad.
Era el lugar donde yo quería estar, donde pertenecía y que por muchos cambios que recibiese, la esencia permanecería allí, intacta como el primer día.
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